Sentado. Taza de café. Iluminado artificialmente. Nublado allá afuera, al otro lado de la ventana.
Reciclo las peticiones que me han hecho, y logro rodearme de nostalgias sanas, recobradoras de espíritu. Y todo lo que no tenía sentido, vuelve a tenerlo.
Creo poder elevarme hacia el cielo, entre las cumbres despampanantes y el aroma a hierba húmeda, a tierra envuelta en pasadisos que no logro (y de verdad que lo intento) descifrar.
Como signos en el agua, y me abstraigo de todo, y creo que me descubro en este instante.
Sí, mi café y su aroma.
Y la ventana cercana.
Como el frío que ingresa en mis huesos, que rasga mi piel. Y eso me gusta, con pisadas silenciosas y hojas quebrándose en mil sonidos etéreos.
Creo que me elevo al cielo, sí, entre cumbres nevadas y siluetas coloridas.
Creo que hoy, trataré de soñar como antes, y no evitaré los espejismos del amor. Sé, que el tiempo se ha detenido (y no interesa ya superarlo).
Me retiro entre las brisas y las ecos lejanos, entre los abrazos y los incontables caminos del mañana.
Apago la luz. Segundo café y la ruta acaba. El disco de música que había olvidado (en contraste con distintos momentos... Carcajadas de fondo, y palabras sobre otras, contorsión de una inmensidad de sombras y cuerpos... Sí, no lo niego, extraño nuestra unión). La misma canción ya no lo es, retiro la suciedad impregnada en mi mente.
Sí, hoy me elevo por el cielo y hacia él,
entre cumbres húmedas y toscas,
con sinuosas experiencias de vida...
Me elevo, dejando de lado al tiempo y al espacio...
Como luces en movimiento,
en un gran torbellino...
Me elevo, y hoy por un instante, olvido a Mefistófeles...
Olvido a Fausto (no quiero pensarlo como enemigo).
Hoy, por un instante, seré yo,
desnudo ante las prosas y los versos deformados...