viernes, 28 de marzo de 2008

Pausa Indeterminada (o el fin del ocaso)


Bastaría con una simple llamada telefónica para limitarnos con el sol;
o un plausible toque de regocijo que envenenaba nuestros corazones.
O tal vez, una serpiente corriendo tras el fruto prohíbido...
En realidad no lo sé,
ni por que escribo estas palabras...
Bastaría con tocarte nuevamente y sentir tu aroma en mi nariz,
encurvar nuestros cuerpos y decir que todavía queda algo más.
Pero no, no sería cierto, ni honesto pensar de esa forma.
Mi sequedad al pensar esto, no significa una necesidad de transcendencia...
Es el fin del ocaso,
y no creeré en tus pensamientos,
o en los comentarios especiales que infieren nuestra separación...
Sí, una pausa indeterminada, sin coloración celestial...
Y por eso me encuentro "liviano",
obsoleto,
esfumado,
desaparecido...
Y no encuentro las palabras exactas que impliquen una disculpa o un vacio impecable,
como tampoco sabré el por que de las cosas...
Y caen las hojas, y el cielo se detiene... Y el tiempo vuelve a mi para robarme los segundos de vida que van quedando...
Y los tropiezos que han dejado llagas en mi,
y las facultades humanas que ya no mueven o deslizan mis comienzos del mañana.
Todo se repite,
se esconde bajo una burbuja...
Y no es posible ocultar el atardecer que se mezcla con mi dolor...
Sí, si tan solo una vez más... Pero no, ya no puedo abrazar los arcoiris artificiales que irradiaban nuestras energías,
o un calor incólume que abrigaba mi piel...
Un minuto de silencio... Desesperación... Cambio de hábito...
Y no deseo que esto acabe hasta aquí... Pero no puedo escapar de los gritos infalibles que desgarran mi alma, que aprietan el corazón...
Ya no!, y basta de lujurias y sentimientos mundanos!,
basta de melancolías y desesperaciones otoñales!,
me he cansado!...
Sí, creo que por esta vez me he rendido
y no lo olvidaré, y nunca lo olvidaré...
Y cuando camine entre el sol y la luna,
y conozca las distintas gamas de frío y calor...
Cuando camine hacia el horizonte,
sé que muy dentro de mi, ya no habrá más tiempo o esperanzas...
Más tiempo o esperanzas...

sábado, 22 de marzo de 2008

El cielo y tus palabras


Sí, no me quedan las palabras exactas para combatir las tuyas.
Y mis promesas han quedo obsoletas...
Respiración. Un segundo de tormento. Un minuto de crueldad.
Y el cielo hipnotizado en los faroles boreales del infinito.
Un cuadro imperfecto.
Exacto... Impecable.
¿Dices que he cambiado?, ¿dices que he envejecido?... Dices que tengo miedo.
Y en lo más profundo de los sueños quedaré horrorizado, saltando las antiguedades... El frío celestial.
No logro descifrar los alientos y aromas que rodean tu voz,
y las inimaginables sensaciones de desprecio tardío esperando el fin.
Sostienes mis pesadillas, mis carnes desprendidas... Mi forma opacada.
Mis reiteraciones de lo posible,
mis muertes predichas en un sin número de vacuedades mundanas.
¿Por qué dices que he cambiado?,
¿Por qué dices que he envejecido?,
Dices que tengo miedo, y que no logro desechar los recuerdos.
Mis manos temblorosas, mis suspiros de mañana.
He rendido el alma frente al purgatorio...
En una noche fría los corazones detienen su paso al infierno, a la perdida de honor.
Sí, he cambiado, he envejecido...Muero de miedo.
Y si tienes algo que decir, dilo pronto.
Y vete.
Arroja tu maldito rostro del mío.
Que te odio.
Aleja tus promesas y tus razones.
Que este cielo es mío, que los caminos al precipicio comprenden mi estadía inusual.
Sí, me he perdido en las tormentas del universo,
he perdido las ganas de soportar la cálidez del pasado...
Y veo el futuro,
y me devoro el tiempo...
Toma tus piernas y largo de aquí,
recojo mis soledades eternas y soporto con el corazón desnudo...
Respiración,
un segundo de vida.
Una verdad exagerada.
El cielo y tus palabras, carcomieron mi alma...
No volveré a ser el mismo,
nunca más a lo mismo de siempre.

lunes, 17 de marzo de 2008

Camino (en presencia del presente)


No consigo conciliar la razón del camino que guía mis pasos,
pero tampoco la simplicidad de las palabras por la cual debiera escribir dicha reacción.
Tampoco ocasionar ningún mal en esta vida de cruces inciertos, de paradigmas secretos o de entusiasmo prolongado en el placer único de la salvación prometida.
¿No creo que sea la motivación sesgada del mañana?,
¿una oportunidad entre mil?.
Mi camino no es solamente mío,
pero no requiere perfecciones de iniciales circundantes en el pasado.
En presencia del presente. Y más de una sílaba de enajenación.
Y las posibilidades de tocar el fondo,
de arrojar la pureza en la pieza oculta tras bastidores.
Que relajo tan sencillo,
una comparsa de sentimientos vacios.
Pero hasta cuando consigo arrancar de las nubes opacas del horizonte oriental...
Perseguido por las travesuras de la mundanidad desierta, dislocada... Aburrida.
Sí, sin sentido.
Sin motivo.
Sin expresión corporal.
Una máscara de azafrán.
Una flor de luna emplazada en lo alto de los montes andinos (como una dedicatoria post-mortem)
¿O la física destruída por los mitos despampanantes de los seres mortales?.
Una crueldad sin fin.
Un arcoiris que descubre las cicatrices fantasmales....
Y en remolinos el tiempo va consumiendo los segundos de vida inocente,
y los caminos de las tradiciones van quemando mis pensamientos,
y la desazón, un camino de sutileza.
No es para el cielo.
Ni para la tierra.
Tampoco para las hojas otoñales que describen mundos indescifrables.
Mi camino al parecer, es mío solamente...
Entre bruma y rocío.
Entre tiritones y miedos congelados.
En presencia del presente.
En ausencia del camino...

miércoles, 12 de marzo de 2008

En días, a veces... otoño


He cerrado mis ojos,
he pronunciado las palabras incorrectas...
He tirado todo por la superficie del corazón.
Y no logro oir tu nombre a lo lejos,
y no puedo conseguir tu aroma a miel.
Sí, son las hojas de otoño que caen más lento, de forma compacta, sonora.
Son las interminables canciones de amor que repiten las brisas circundantes,
son simplemente, los complementos a la tristeza vacia, desganada, olvidada.
Como un recuadro en sephia,
como los atardeceres donde solíamos jugar juntos, volar como uno.
Pero ya no,
y no es mi nostalgia unida al sabor del recuerdo amargo de tu voz,
tampoco lo será las melodías otoñales retorciendo mi piel.
Es un día más entre tantos,
un repetitivo día que no logra formar parte alguna de mi memoria en tiempo presente,
es mi parte oculta, entregada, oscurecida...
¡Y no pidas más sermones a los vientos!
¡Aleja tus manos rojizas, alejas tus lagrimas!
¡Que no queda nada!, ¡que se ha muerto el fuego de la compasión!.
Y las sonrisas se han apagado,
y los colores se han ido.
Y las malditas hojas rodean mi cuello, mi carne desnuda.
Ya no es un mundo perfecto,
no es un sentir humano llamado "amor".
No necesito ayuda,
tampoco motivos para quedar seco por hoy...
Pero hay veces que,
solo la penunbra logra comprenderte,
veces en que los silbidos del alma tocan tan profundo tu ser inerte,
que no puedes escapar;
y en la nada el sentimiento se vuelve racional, tímido... Friamente tímido.
Sí, en algunos días, a veces, las hojas de otoño caen lentamente,
como las voces en el horizonte,
como las olas,
como verdaderas corrientes eternas que rugen alrededor del sol...
Sí, y son las nubes grises,
son las gotas de lluvia... Lluvia y luna; lluvia y manos frias... Y el cuerpo, y el tiempo detenido...
Como el secreto del universo...
Sí, las hojas en otoño caen lentamente
y ya no logro escapar,
no logro escapar de estas memorias...
Sí, hay días, veces en otoño.

lunes, 10 de marzo de 2008

XXII (o el pasado se ha esfumado)


¿Recuerdas cuando nuestros sueños eran tan dulces que podríamos volar al infinito?.
¿Recuerdas los días de sol donde hacíamos arcoiris de fuegos para ampliar el horizonte?.
¿Recuerdas cuando el canto de las sirenas poseían el espíritu celestial alejado de toda maldad?.
Éramos tan distintos, diferentes...
No podría haber sido de otra manera, si hubiese logrado quitar la muerte de tu espalda...
Quizás, más allá de los fulgores oscuros de los dioses...
me han devastado, quebrado mi memoria...
Mi sentido y el aire de tristeza angelical.
Han robado el cielo, los rayos y los truenos que dan vida al purgatorio.
Escupieron mi sonrisa, mi vida...
He soltado un minuto, un segundo de luz...
Han deborado mi esperanza. El sujeto de opacos deseos...
¿Recuerdas las noches de insomnio al lado de una botella de licor?
¿Recuerdas la sangre que surgía de mis venas partidas?
¿Recuerdas mi decadencia, mi camino de perdición?
Escapas de mis brazos moreteados.
Escapas de mi sencillez alcohólica...
No te veo más que en el suspiro de las horas desiertas,
de las horas tiradas por la enfermedad angustiante...
Sí, angustia...
Sí, angustia...
Me he fumado los cigarrillos de Mefistófeles...

domingo, 9 de marzo de 2008

El mar a media mañana


El mar a media mañana es algo divino. Un café que implica el gozo de la boca hasta tal punto, que te satisface por completo. Las nubes grises en el extremo de la cúspide (que algunas veces es celestial), hacen sentir tu cuerpo ligero, desvanecido... Volando por los aires.
Una playa en el borde, que se desmorona, que te deja intranquilo (te recuerda momentos dolorosos, que a veces, no te dejan dormir). Los pies helados y la cabeza con el típico gorro artesanal (que te costo una luca). La nariz roja como una guinda… Y el chaleco de lana que te regalo tu abuela (hace más de diez años, pero lo conservas).
Sales a tomar la brisa marina, abres tus brazos con fuerzas y respiras la soledad del fin del mundo; que a todo esto, te seduce… Caes recostado y observas ansiosamente las olas que se enfadan entre ellas… Una tras otra, y otra, y otra más (es extraño que no te aburras, si es lo mismo de siempre). Te dan ganas de bañarte, pero el agua es realmente fría… Pones un pie en el mar, luego el otro y te congelas hasta los huesos.
Comienzas a pensar como eras cuando pequeño. Que pensabas en esos momentos donde te encerrabas en tu cuarto, oculto en la oscuridad. Comienzas a recordar memorias, reflejos, fotografía inertes… Cosas que quizás, alguna vez, habías olvidado (y hasta te ríes). Cosas del pasado que se hacen presentes y te detienen en el tiempo de aquella playa.
Te sientes tan ínfimo entre el cielo y el mar, que te das cuenta que no eres nada en realidad, y que la vida es un abrir y cerrar de ojos (que por cierto, tratas que sea con los ojos abiertos). El corazón late más fuerte que nunca… Las emociones te envuelven por completo. Una ola de azules sentimientos te moja por completo, hasta hacerte despertar de tu delirio nostálgico, perdido… Muerto de frío y empapado (menos mal que la cabaña esta cerca), vas a cambiarte y quizás, a dormir un poco (la noche anterior no pegaste un ojo. Sí, las estrellas son hermosas e inquietantes).
El mar a media mañana es algo divino…

martes, 4 de marzo de 2008

Despedida


Son aquellos momentos que suprimen todo tipo de honestidad.
Una fotografía infame.
Un resplandor inscrito bajo los precipicios marinos inmortales.
Las angustias rodeando la aureola lunar.
Sí, las frases destruídas y las inspiraciones guardadas.
Los instintos que componen una sinfonía eterna, interminable... En última instancia, obsoleta.
Son aquellas similitudes que nos alejan, que atemorizan mi memoria.
Inestabilidad de horizontes ausentes en los frágiles días del otoño.
Elementos nocturnos, manos apretadas... Congelados por nuestros sentimientos.
Una simple pisada... Un tiempo retardado.
Y cada enfoque de íntimo olvido, me indica el camino del mañana.
Y no son los sacrificios, ni las dagas en la muñeca, ni los cuchillos rasgando mi piel seca.
Pero tampoco lo serán las sicopatías, o las voces lejanas que repiten mi nombre.
Por eso, no es un manifiesto.
Tampoco una despedida abismal.
No es un adios etéreo buscando refugio en el corazón.
No es para siempre.
Es mi zona de frialdad.
Una razón de existir.
Un momento detenido en los rayos encantados... Es un grito, es el grito de gritos infernales en el amanecer que oprime mis pesadillas.
Son las vueltas reiteradas en los escritos pasados, en la basura, en la tristeza que se había olvidado.
En cada suspiro de reacción inerte, de fríos colores, de impecables cuerpos angelicales.
Es mi despedida, mi propia despedida.
Y por ello no vale la pena, ni tampoco pensar en la sequedad de mi boca.
Es una transformación kafkiana.
Un indulto.
Una valoración terrenal, anticuada... Demasiado anticuada.
Si, una supertición del mañana.
El último vibrar de los ojos.
La poesía barata.

domingo, 2 de marzo de 2008

En un rincón, en alguna noche


Ella se acercó con amargura. Él no se había percatado de aquello.
Ella intentaba levantarlo con todas sus fuerzas. Él simplemente no se dejaba. No deseaba ninguna caricia, ningún tipo de compasión.
Ella sentía como la lluvia rebotaba en su cuerpo. Sí, la lluvia actuaba como reflejo de aquella oscura noche.
Él se hundía entre las gotas y el suelo, masticaba la tierra húmeda, sin sabor, sin color.
Ella suplicaba para que la ayudaran. ¡Ayuda!. ¡Ayuda!. Él no escuchaba nada, no sentía nada.
Ella imploraba para que no se alejara. Él tenía el rostro desgastado, resquebrajado, impávido…Él se perdía entre la lluvia y las nubes grises.
Ella dejó caer una lágrima púrpura en sus dedos, en sus manos. Él se movía de un lado para el otro. Ya no suplicaba más. Había perdido el orgullo, la razón.
Ella lo miro fijamente a sus ojos almendrados, rasgados, llenos de amor. Él no veía nada.
Ella gritaba sin parar. Ella no se movía de su lado. Ella, simplemente lo contemplaba.
Él se hundía cada vez más en la tierra húmeda. Él ya no tenía recuerdos, memoria… No tenía nada más. Se había acabado el tiempo, se había rendido.
Ella deseaba recordar los años pasados, deseaba volver hacia atrás. Pero era demasiado tarde.
Él no sentía ningún aroma, color o emoción. Él se desvanecía entre las manos de ella.
Ella levanto su propio rostro hacia la lluvia. La sensación de frío y soledad la inundó.
No había Sol.
No había Luna.
No existían estrellas.
No había nada.
Ella soltó el cuerpo de él. Ya no le quedaban fuerzas.
Él se lo agradecería eternamente. Él solo esperaba quedarse dormido y descansar por siempre y para siempre.
Ella corrió como nunca antes, entre las posas grises, entre los musgos y el césped. Ella lloraba como nunca antes lo había hecho. Ella se consumía con cada gota de lluvia que golpeaba el pavimento.
Él escuchaba los tibios sonidos del ambiente. Sentía las heladas brisas en su cuerpo cansado, pálido, quieto. Él se había caído en el vacío del tiempo y la razón, de las sombras ocultas entre el invierno y el otoño.
Ella no paró de correr.
No dejó de suplicar.
Nunca dejó de querer.
Él percibía como su cuerpo se deformaba, aplastaba su alma. Él perdía toda noción de verdad.
Y no veía árboles.
Y no veía luces.
No la veía.
Ella nuevamente levantó su rostro hacia la lluvia, y sentía como cada gota limpiaba su tristeza.
Ella quiso retroceder el tiempo y volver a los años de diversión y simpatía, de felicidad…
Ella sabía que eso no sucedería. Sabía que era imposible volver atrás.
Volvió a mirar las nubes grises. Y se dio cuenta que no había nada más, que solo esa noche lluviosa, solitaria, oscura.
Él ya no masticaba la tierra húmeda. No sentía los sonidos tibios, las brisas heladas.
La lluvia se había detenido, y ella y él se encontraban abrazados como dos niños perdidos en el horizonte terrenal.